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Alan Pauls reúne a sus amores en el libro Alguien que canta en la habitación de al lado
La periodista consagrada y admirada Hinde Pomeraniec recibe de visita en su programa Vidas Prestadas al escritor residente en Berlín, que explica de qué está hecho a propósito de su nuevo libro en circulación.
“Esto es Vidas Prestadas, un podcast sobre libros y sobre mundos posibles, un espacio para la ficción, la no ficción, el ensayo, la poesía, las artes visuales, el cine, el teatro, la música, la literatura infantil, todo aquello que puedas imaginar que puede caber en un libro. Esto es Vidas Prestadas, un podcast para nosotros los lectores”. Así es la presentación del podcast de la escritora y periodista argentina Hinde Pomeraniec, una de las más respetadas y admiradas de su país.
Este fin de semana tuvo de invitado al escritor Alan Pauls, por su libro de ensayo Alguien que canta en la habitación de al lado (Random House), donde el autor, con las herramientas teóricas del crítico literario y la pasión del lector total, se sumerge en las obras fundamentales y las obsesiones narrativas de más de veinte escritores. El resultado es un libro que enlaza exquisitas piezas sobre las destrezas de estilo y los juegos retóricos, los antecedentes posibles y las huellas, el infierno y el paraíso, de Manuel Puig a Rodolfo Walsh, de María Moreno a Laura Ramos, de Virginia Woolf a Rodolfo Fogwill, entre muchos otros escritores. Y añade un plus sobre los signos de exclamación, la digresión y el lenguaje.
Narrador, docente, periodista cultural, crítico y tallerista. Fue profesor de teoría literaria en la carrera de letras de la UBA, jefe de redacción de la revista Página 30 y subeditor de Radar, el suplemento cultural de Página 12. Es autor de las novelas El pudor del pornógrafo, Wasabi, El pasado, ganadora del premio Herralde en 2003 y llevada al cine en 2007 por Héctor Babenco y la mitad fantasma de la trilogía Historia del llanto, Historia del pelo, Historia del dinero.
–Me gusta cuando se reúnen, cuando hay una edición de un trabajo de muchos años, porque hay una selección que de pronto el lector ignora, porque yo pensaba encontrarme con textos que recuerdo haber leído, de aquellos que de pronto publicabas o bien en Radar o bien en Télam. Esos no están, están otros que de pronto no había leído. ¿Cómo hiciste? ¿Qué sumaste? ¿Qué quisiste sumar y qué quisiste hacer?
–Bueno, como siempre el criterio aparece al final, cuando ya hiciste la edición y la edición se hace, me parece, siguiendo una especie de impulso muy secreto, por lo menos en mi caso. Yo no tenía un concepto de libro, tenía ganas de reunir ensayos escritos y publicados a lo largo de veinte años, pero me di cuenta haciéndolo que lo que estaba reuniendo en realidad eran ensayos sobre escritores, escritoras que de algún modo me componían. O sea, en este libro uno puede leer de qué estoy hecho. Sería eso, como una especie de radiografía de mi química de escritor, a partir de todos aquellos de los cuales me fui alimentando, a los cuales fui saqueando, vampirizando, y en ese sentido yo creo que es un libro muy amoroso. Digo, no hay ningún texto y tengo muchos de esa naturaleza, no hay ningún texto que sea crítico en el sentido de agresivo o de impugnador o contestatario o desmenuzador en el sentido, digamos, ideológico de la palabra. Me di cuenta que reuní como a mis amores.
–De pronto criticás a los críticos, quiero decir, en el de Arlt, por ejemplo, si sos duro con algunos que fueron duros con Arlt.
–Sí y también con Kafka, porque son escritores que para mí son obviamente muy importantes, pero también fue muy importante el modo en que ciertas lecturas de esos escritores impusieron una imagen de esos escritores y de lo que hacían y de sus prácticas, que era completamente, no sé si falsa, pero digamos, era muy impugnable, muy objetable. En un momento esos escritores fueron bien leídos o leídos de una manera innovadora y de repente ahí esos escritores me parece que como desplegaron todo el potencial que las otras lecturas pretendían adormecer. En el objeto Kafka, el objeto Arlt, son todos objetos como, aun cuando sean objetos que me despiertan tensión o forcejeos. Fowgill es un escritor que para mí siempre fue un escritor problemático, pero a la vez una persona problemática.
–Por qué no reconocer hasta qué punto una relación problemática no te constituye tanto como una relación feliz. Sobre todo en el caso, como vos bien contás, una relación que tuviera una relación personal cuando vos eras muy chico.
–Sí, en ese sentido Fowgill para mí fue como una persona iniciática. Sí, yo en algún momento decía que era medio como el antipadre, pero todos queremos tener un antipadre, estamos contentos con nuestro padre, si el padre está bien y todo, nos trata bien y nos quiere y todo, pero también en un punto, incluso con los padres buenos, uno quiere tener un padre medio hijo de puta.
–Mientras hablas pienso en tu papá y pienso que sí, que está muy bien la figura.
–Exacto, me acuerdo que cuando yo trabajaba con Fowgill, tenía 18 años, mi papá me decía ¿qué haces con eso? Y tenía razón mi papá preguntárselo con ese tono de sospecha. Pero bueno, a mí por supuesto que me formó mucho esos dos años y medio que trabajé con Fowgill, después por supuesto lo seguí viendo y todo, éramos escritores, pero esos dos años y medio para mí fueron muy iniciáticos.
–Marca mucho lo de la poesía de Fowgill también, aparece, que es algo que también en los últimos años empezó a aparecer en algunas lecturas.
–Valorando lo que fue la narrativa y hay una novela particularmente que es central, que es Los Pichiciegos, que es imposible que no figure en cualquier antología de la literatura argentina, pero hay muchas lecturas críticas que empiezan a aparecer en donde resaltan la cuestión de la poesía. Siempre lo veía y lo leía Fowgill como un poeta, incluso cuando escribía prosa. Me parece que lo mejor de Fowgill, incluso lo mejor del Fowgill narrador, es el narrador que viene de la poesía y que está como asaltado por la poesía de manera inesperada, mientras está escribiendo, digamos del mismo modo que algo parecido pienso de lo que hace Sergio Bizzio, por ejemplo, que es un gran gran escritor, pero es un gran gran escritor de prosa, de relatos o de narraciones, que está intervenido por la poesía y de hecho Sergio sigue siendo poeta. Cuando yo trabajé con Fowgill en esa especie de agencia de publicidad mitológica que él tenía, el ritual era que irrumpía en la sala donde estábamos los redactores, los gráficos, etcétera, con una especie de resma de un poemario de 100 páginas, se sentaba en el piso y empezaba a declamar sus poemas y había que escucharlo. Entonces para mí él quedó en eso y creo que además era un muy buen poeta.
–Estoy medio autobiográfica con vos, pero aparece mucho Roland Barthes y conté varias veces una anécdota que es en la cinemateca del Sha, viendo a las hermanas Brontë, vos estabas sentado detrás y que me golpeaste el hombro y me dijiste: eso que hacen es Barthes
– Barthes es como lo más cerca que yo estuve de ser fan de alguien, yo que siempre tuve muchos problemas con la actitud del fan, del fanatismo, de la idolatría, creo que con Barthes es lo más cerca que llegué a esa posición oprobiosa. La verdad que en un momento creo que sabía todo de Barthes. Es quizás el escritor con el que he tenido una relación más longeva. Empecé a leerlo en la escuela secundaria gracias a Jorge Panessi; tenía 13, 14 años y no paré, entonces eso lleva ya medio siglo.
Una gran charla en medio de tanta información indeseable, con un enorme escritor y una excelente periodista. Escúchenla toda.
Este texto se publicó originalmente en el sitio Maremoto.
27 de mayo de 2025, 13:40
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