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Antolina Ortiz Moore: la tormenta como espejo de un país
“La vecindad es esa isla que está hundiéndose junto con toda la ciudad, pero finalmente es un lugar donde la gente convive sí o sí. Creo que inconscientemente lo que quería expresar es que somos parte de este mundo”, dice la autora en entrevista.
Es 1951. Una lluvia torrencial paraliza a la capital y saca a flote su descomposición: mujeres asesinadas que aparecen en los drenajes, vecindades al borde del colapso, ratas que emergen de la oscuridad.
En medio de ese diluvio, voces diversas se cruzan: un niño con poliomielitis que sueña con volar, un panadero español, una maestra feminista, un artista homosexual, un judío refugiado. Todos ellos —y el agua que los rodea— son los protagonistas de El día que no paró de llover (Tusquets), la más reciente novela de Antolina Ortiz Moore, escritora mexicana residente en Montreal.
“La vecindad es esa isla que está hundiéndose junto con toda la ciudad, pero finalmente es un lugar donde la gente convive sí o sí. Creo que inconscientemente lo que quería expresar es que somos parte de este mundo”, dice la autora en entrevista.
La novela, más allá de su contexto histórico, dialoga con preocupaciones actuales. “El tema subyacente es el cambio climático y la crisis social que vivimos a nivel mundial. Es el hecho de no poder ver al otro como uno mismo”, explica Ortiz Moore.
En esa tormenta que desborda el valle de México hay un símbolo de lo que somos como sociedad: un planeta hundiéndose por la acumulación de basura, silencios oficiales y responsabilidades compartidas. “Al principio buscaba un malo en la novela, pero después pensé que la tensión debía venir de adentro de cada personaje. Ese malo somos todos, por estar participando de una manera u otra en nuestra sociedad”, apunta.
El referente literario es claro: Albert Camus y su novela La peste. Ortiz Moore lo reconoce: “Fue uno de los temas difíciles al escribir. Pensaba en Camus, en esa comunidad que se cierra y empieza a hundirse dentro de una catástrofe”.
También hay una mirada concreta sobre la Ciudad de México. Las ratas de Reforma, la basura que tapona drenajes, la oscuridad de una urbe desbordada. “No estoy señalando directamente a las autoridades, pero sí hay un silencio muy grande que se convierte en parte de esa oscuridad que nos está ahogando”, afirma.
Hija de madre estadounidense y padre mexicano, Ortiz Moore ha vivido fuera del país desde el 2000. La distancia le ha dado perspectiva y también nostalgia. “He querido hacer una reflexión sobre México desde fuera. Mis novelas quieren revisitar el tema de la migración hacia México, porque tampoco es un país fácil donde migrar”, recuerda.
La escritora confiesa que parte de su investigación partió de recuerdos heredados: “Mi papá adoraba México, pero nunca nos platicó de esa tormenta de los cincuenta. Investigué más y encontré un espejo que significa mucho para entender el presente”.
La escritura como trinchera
Ortiz Moore habla de la literatura con la intensidad de quien la vive como un acto vital. “La escritura es mi trinchera. Yo me metí ahí porque si no, me moriría de tristeza”, dice. Y añade: “Yo hago arte porque es mi forma de sobrevivir a la violencia que vivimos. La literatura es una manera de reunirnos alrededor de una fogata para contarnos historias y reinventarnos”.
Aunque vive en Montreal, la autora escribe en español. Eso le ha significado un camino doblemente difícil: “Aquí nadie me puede leer y en México no tengo tanto alcance porque estoy fuera. Ha sido como trabajar doble y estar siempre de subida a la colina, pero esa es mi batalla”.
Le pregunto cómo quiere ser identificada: ¿como escritora mexicana? Su respuesta es clara: “Me considero ciudadana del mundo. Escribo en español, desde Canadá, y lo que escribo son ideas universales. No importa tanto el lugar desde donde se escribe, porque es algo que cualquiera puede entender”.
9 de septiembre de 2025, 00:00
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