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El aula, un espacio vital
El pasado 15 de mayo se celebró “el Día del Maestro” y me sentí nostálgica. Me entristeció no festejar porque perdimos un espacio privilegiado para aprender
Cuando hablamos de regresar a la normalidad, ¿a qué normalidad nos referimos? Soy profesora universitaria y debido al periodo de contingencia y al programa de sana distancia por el COVID-19, perdí el aula. Mi normalidad estaba en una universidad y mis alumnos y yo perdimos el aula, así como 116 mil universitarios en Guanajuato perdieron ese espacio fundamental para aprender. En México, millones de niños y niñas de primaria perdieron el aula, el lugar en el que pasan más tiempo de su vida, después de su casa.
El pasado 15 de mayo se celebró “el Día del Maestro” --mejor dicho “el Día de las Maestras”, porque en esta profesión somos mayoría mujeres-- y me sentí nostálgica. Me entristeció no festejar porque perdimos un espacio privilegiado para aprender. No soy ingenua y no pienso que el aula es un espacio ajeno a luchas de poder, violencia, discriminación y todo lo que lidiamos en el día a día en este país, especialmente las mujeres. Pero si vemos las cosas suspendidas en el tiempo, como nos obliga a mirar todo esta contingencia, podemos reconocer el aula como un espacio-tiempo-lugar de abstracción cotidiana y que tiene como fin aprender con y de los otros ¿Cuántos espacios así existen? ¿Cuántos espacios tienen en su origen el proceso de aprendizaje como fin y como medio? ¿A cuántos espacios entramos todos los días con la intención y la atención para aprender (o al menos lo intentamos)?

Que me disculpen los defensores de la educación en línea, pero no tiene comparación el espacio virtual y el aula como espacio de aprendizaje. Para mí, una sola cosa los hace incomparables: estar físicamente con otros/otras/otres es una oportunidad emocional y subjetiva. En el aula se hace posible el reconocimiento cotidiano de que no somos individuos, sino entidades sociales; es la evidencia más clara de que no podemos alimentar nuestra individualidad como fin en sí misma --aunque el mercado y el consumo así nos lo quiera hacer creer-- porque eso incrementa nuestra soledad. Constatar a los otros/otras/otres físicamente presentes y juzgar y poner en perspectiva cada cosa que decimos y hacemos en el aula en función de esas presencias, es esencial para aprender, y también para vivir. En el aula virtual las personas estamos presentes, pero de forma virtual, es decir no hay olores, no hay miradas, no hay respiraciones presentes, no hay una lectura interna de nuestro ser en relación con otros; no es posible constatar nuestra condición física, que también es social. En el aula virtual es muy difícil aprender sobre nuestro ser/vivir como un acto político, porque es en función de otros, con otros, para otros que vivimos la experiencia cotidiana de estar interconectados.
De modo que lo que yo perdí es el espacio-tiempo-lugar en el que puedo aportar a la politización de mis alumnos/as/es, y viceversa. No es necesario recrear esas imágenes de héroes patrióticos que se envuelven en una bandera y se lanzan al vacío. La formación política e integral está en el umbral del aula y los/las jóvenes que asisten a la universidad no necesitan ideologías, banderas, consignas o superioridad moral para politizarse; requieren y requerimos junto con ellos, de reconocer y comprender su/nuestra interdependencia con otros/otras/otres, no sólo humanos, sino toda forma de vida con la que nos cruzamos día a día y, hacer ese ejercicio presencial y subjetivo en autonomía autogestiva y libertad, es el aprendizaje más valioso al que accedemos desde el aula.

La normalidad que yo perdí es el espacio universitario y, en una analogía con la oruga y la mariposa, el periodo universitario es el momento en el que las mariposas salen de sus capullos y al eclosionar comienzan un vuelo errático y difícil de sostener, pero su alcance o logro depende de la cantidad de luz solar y la temperatura de ese día particular. Las maestras y maestros queremos/debemos mantener el sol resplandeciente y cálido para que el vuelo de los/las jóvenes, que pasan por nuestra aula, sea certero y sólido, y que sea suyo. ¿Cabe eso en una pantalla? No nos engañemos, no simulemos que educamos o aprendemos por videollamadas, ya que ni la temperatura pasa por las pantallas, ni las aulas virtuales son cálidas. Lo virtual no es contagioso, para bien y para mal.
Me niego a pensar que la contingencia nos brinda la posibilidad de reinventar el aprendizaje sólo de la mano de Google o de ZOOM. ¿En dónde quedó nuestra creatividad? ¿Por qué vamos a guardar nuestros soles? ¿Queremos alimentar un mercado nuevo de tecnologías sin cuestionarlo? Yo quiero recuperar mi aula, y me niego rotundamente a ponerla al servicio de los mercados de la tecnología educativa que es fría, distante y, como todos hemos comprobado, es perturbadora (muy perturbadora). El aula tiene que renovarse y volver, y es una oportunidad para imaginar e implementar una nueva pedagogía intercultural y de la libertad, en la que quepan todos nuestros soles antes que todas nuestras computadoras.