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12/14/2025
Monica-Maristain

Hay que salvar las pequeñas cosas: Serrat conquista la FIL Guadalajara

Serrat no necesita cantar ni un compás para recordarlo: la literatura y la memoria mantienen vivos los escombros de la belleza

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    Joan Manuel Serrat habló con mil jóvenes, criticó la miseria moral de la época, recordó dictaduras, viajes clandestinos y canciones escritas entre pájaros y tormentas. Luego presentó un  libro con Jordi Soler que es, en el fondo, el relato de una amistad atravesada por la literatura, la supervivencia y la memoria de una música que le dio sentido a una generación.

    En la sesión “Mil jóvenes con…”, Serrat apareció con la misma mezcla de calma y ironía que lo hace reconocible. Dijo, sin temor a equivocarse, que “vivimos en una época muy miserable” y que hoy resulta más fácil prever el fin del mundo que el del capitalismo. El auditorio Juan Rulfo, abarrotado, escuchó en silencio sus reflexiones sobre migración, ultraderecha y manipulación mediática.

    Miró hacia el Mediterráneo convertido en sarcófago, criticó a los gobiernos europeos que explotan el miedo para hacer política y defendió la necesidad de desenmascarar a los farsantes que ponen en duda la democracia. Hablar de esperanza, insistió, es una forma de resistencia: “Solo a través del optimismo y la fe vale la pena hacer este viaje”.

    Horas después, ya sin la formalidad del encuentro, Serrat reapareció como personaje de un libro. Jordi Soler presentó  Y uno se cree, la crónica íntima de una canción escrita a cuatro manos durante la pandemia, y también el retrato de una vida entera escuchando a Serrat desde la selva veracruzana.

    La conversación arrancó con humor: Soler recordó discos piratas comprados en puestos selváticos, robos parciales en el Gigante y el santo talismán de un gatito funámbulo. Serrat, doctor honoris causa y capaz de confesarse anticlerical sin abandonar el tono amable, devolvió anécdotas con precisión de cronista: giras por Cuba, censura española, un camión destrozado contra dos burros en Iguala, noches sin dormir antes de las conferencias de prensa que lo condenaron al exilio.

    Soler leyó fragmentos del libro y Serrat respondió con memoria viva. Hablaron de cómo se construye una canción, de la paciencia estructural de los versos, de pájaros imposibles que cruzaron un correo electrónico y terminaron volviéndose argumento poético. Y uno se cree no es un testimonio único, sino dos biografías que se cruzan, un diálogo entre el niño que veía a Serrat en las portadas clandestinas de Veracruz y el hombre que escribía Mediterráneo en Calella de Palafrugell y en una Mallorca donde circulaba, literalmente, un solo billete de cinco mil pesetas.

    La noche avanzaba con calma mientras el público pedía más. Hubo preguntas directas, recuerdos familiares, solicitudes imposibles de cantar versos inéditos. Serrat sonrió, advirtió que lo publicado en la página 99 ya estaba modificado: la canción sigue en proceso, los pájaros cambian, los árboles se desplazan, la reina de la selva pide un manto nuevo. Nada está cerrado. Y en esa indefinición —decía— tal vez reside el encanto de la paciencia.

    Serrat no necesita cantar ni un compás para recordarlo: la literatura y la memoria mantienen vivos los escombros de la belleza. Al despedirse, dejó una frase que terminó resumiendo no solo el libro, sino el espíritu de esta FIL: “El tiempo se lleva lo grueso, pero las pequeñas cosas nos salvan”. Afuera, en los pasillos, los jóvenes repetían el mensaje como si hubieran escuchado una canción nueva.

    10 de diciembre de 2025, 11:30

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