
Autores:

Instrucciones para amar a una mujer rota, el testimonio de Katia Aidé. Primera de dos partes
Una boda hindú fue el concepto elegido para la ceremonia de matrimonio, pero apenas un par de años después, “las reglas de convivencia” fomentaron una vida de múltiples violencias
Agradecemos a Eduardo Mosqueda la generosidad de permitirme (nos) hacer uso de algunos extractos de su texto “Instrucciones para amar a la gente rota”, estamos ciertas que lo que él nombra describe perfectamente mucho de lo que ocurre en la vida, cuerpos y emociones de las mujeres que viven o han vivido violencias.
Reír desesperadamente cuando con cada respiración la vida se escapa
Nos conocimos apenas unos días después de que Katia cumpliera 31 años, el pasado 26 de febrero abandonaba una de las muchas estigmatizadas edades en las mujeres “los 30's”, desde entonces su edad no se asoma ni en su rostro ni en su cuerpo, ella se ve aún más joven de lo que es, lo único que la delata en la “etapa adulta” son sus ojos alarmantemente hinchados, es evidente que ha llorado mucho, al menos las últimas horas previas a nuestro primer encuentro esa fue mi impresión. En aquel momento me atreví a pensar sin decírselo que era evidente que tenía problemas de sueño e incluso su extrema delgadez me generó preguntas. Así fue nuestro primer café.
Al llegar al punto de encuentro convenido sabría identificarla, sin haberla visto antes, múltiples emociones que desprendían de su rostro que destacaban en un espacio saturado, no había en ese lugar otra mujer tan desencajada, triste y rota, supe entonces que era Katia “la chica que ya había decidido poner un alto a su agresor y que había decidido que era tiempo de hablar”.
Una persona común ve una mariposa y piensa que amar no representa ningún peligro
De madre nayarita, hoy residente en California, hermana mayor de un joven de 18 años, Katia es originaria de Guadalajara, egresada del Centro de Educación Artística de esa ciudad. Durante un tiempo se desempeñó como maestra de danza en el municipio de Zapopan “donde mi vida era muy disciplinada mi trabajo, mi danza, mis alumnos”. Esa vida cambió con la llegada de Carlos Vargas Obieta, quien es apenas dos años mayor que ella y con quien decidirá casarse y mudarse a vivir a Guanajuato por ser el lugar donde él trabajaba, entonces era investigador y catedrático del CIMAT (Centro de Investigaciones en Matemáticas AC).
Durante el noviazgo las citas eran cada quince días, él acudía a Guadalajara a visitarla. En estos contactos conocerá de la afición de Carlos por el consumo de drogas, entonces ella pensaba que era un hábito lúdico. No fue un tema que abordaran, entonces no le era relevante.
Una boda hindú fue el concepto elegido, como invitados unos cuantos apenas las familias y amigos cercanos para ser testigos del enlace civil. Una semana antes de este enlace ella conocería a la familia de Carlos Vargas Obieta a la que define que como una familia católica, conservadora que manifiesta su rechazo a las drogas y a la diversidad sexual, por petición de Carlos ella jamás debería comentar que él consumía alcohol y drogas.
Cuando llegamos a este punto de la conversación observo pausas en las palabras de Katia, no es sencillo para ella reconocer y nombrar la presencia y consumo de drogas en su relación. Teme a ser juzgada y responsabilizada por haberlo tolerado, y en ocasiones participado en un consumo que saldría de sus manos, no respecto a sus individuales hábitos de consumo sino a lo que paulatinamente ocurriría con él, su comportamiento y su dinámica de relación. Para fines de este testimonio consideramos importante no encubrir ni manipular nada de lo ocurrido, se trata de hechos que pudieran ser parte de la historia de muchas mujeres y donde el temor a ser señaladas explica y encubre dolorosos silencios de los hechos verdaderamente graves.
En abril del 2017 se establecerán en la ciudad de Guanajuato y las dinámicas comienzan a cambiar radicalmente.

I
Los problemas entre Katia y Carlos irán en aumento en la medida en que ella siguió recuperando espacios de desarrollo profesional y gradual independencia económica por su incorporación en distintos grupos de danza de la ciudad, incluidos el grupo de Ballet Folclórico de la Universidad de Guanajuato y la compañía de danza experimental de Lola Lince. En cambio, las dinámicas laborales de Carlos lo mantenían mucho tiempo en casa trabajando frente al equipo de cómputo, con ello el consumo de drogas y alcohol solo cambió para aumentarse y diversificarse. Con los meses ella aprendió a convivir y sobrevivir “a estas reglas de convivencia” hasta incorporarlo y normalizarlo con su estilo de vida, una vida que ya traía consigo múltiples violencias. Las drogas en casa y su consumo solo potencializaban lo que ya venía emergiendo, las violencias que comenzaron por gritos e insultos hasta atravesar la aniquilación de objetos y golpes de pared, para finalmente llegar con ella, con su cuerpo, con sus emociones y con su dignidad.
Esta postura tendrá importantes ajustes reflexivos y argumentativos con el paso de los meses, así lo muestra la carta que Katia elaboró el pasado 1.º de abril para las y los integrantes del Comité de CIMAT y CONACYT para exponer las violencias ejercidas por un integrante de su comunidad contra ella, reproduzco a la letra:
Entre fiestas en la casa, discusiones al amanecer, gritos de desesperación hasta la ya habitual práctica de “correrla de casa”, Katia se salía con la ira y claridad de saber que era lo mejor, al llegar a la esquina de la calle (entonces habitaban en la colonia San Javier, donde vecinos fueron testigos de estos diarios infiernos) ella reculaba, la angustia de no tener a dónde ir la hacía regresar. Como integrante de los grupos de danza donde participaba aún no ganaba lo suficiente, su madre en California con su hermano le generaban la sensación de no contar con una red de apoyo, y entonces, regresaba a casa derrotaba a merced de las reglas de Carlos. Analizar y comprender las violencias a las mujeres “y su tolerancia a éstas” es reconocer las situaciones prácticas que las hacen dependientes, ¿a dónde ir?, ¿a quién recurrir sin ser juzgada?, ¿cómo explicar lo que estás viviendo?, ¿cómo dejar de sentir vergüenza de aquello que sientes que permites? No son procesos que podamos reducir a un tema de voluntad de las mujeres, la codependencia se construye en el día a día y lleva un proceso su deconstrucción.
Derivado de estas constantes discusiones y creciente vulnerabilidad de Katia, ella decidirá abandonar el Ballet de la Universidad de Guanajuato, lo hará con la vergüenza de los enfrentamientos que Carlos, su esposo, propiciaba con su maestro y otros compañeros cada noche que acudía por ella. Al hacerlo, Katia no se dio cuenta que comenzaba a aislarse de quienes pudieron ayudarla y con ello a fortalecer sus dependencias con Carlos, quien comenzó a superar límites día a día. Katia recuerda la presencia de alumnos en su casa participando de las fiestas, frente a una mesa que ofrecía todo menos alimentos. Al recordar estas escenas ella hoy identifica lo que denomina “la admiración de alumnos varones por Carlos, quien se presentaba capaz de todo y con la posibilidad de poder lograr lo que decidiera”, un pacto masculino, machista construido desde cimientos aprendidos y validados del poder y la manipulación “es un profe cool que se droga y transgrede”.

Hacer silencios y tomar distancia, cada cosa morirá a su propio tiempo
A finales de 2018 Katia comienza a reconocer que su historia personal y familiar explicaba mucho de su presente: “me di cuenta que desde mi educación, desde mi mamá estaba arrastrando patrones y creencias que no eran mías, incluida la idea de casarme para hacer las cosas ‘bien’… con el tiempo yo estaba en la búsqueda de mi propia visión de vida”. Algunas veces, cuando Carlos estaba sobrio lo llegué a platicar con él este proceso, “no fue buena idea hacerlo”. Como tampoco fue una buena idea en un momento de confidencia que Katia le compartiera que si un insulto le dolía era la palabra “pendeja” (su madre solía decírselo cuando se enojaba), él solía refrendar esa herida: “eres una pendeja”. Imposible no generar confidencias en una relación en la que alguna vez te sentiste segura, hasta que todo cambia.
Con la primera persona que Katia se atreverá a abordar lo que estaba viviendo fue con su mamá, quien le señaló por primera vez una frase que seguramente la invadió de miedo “si tú quieres lo podemos denunciar”. Carlos se enteraría de este intercambio de mensajes, las agresiones aumentarían. El cambio de domicilio contribuyó, una casa en el centro más pequeña donde el contacto era más cercano y con ello, los motivos-pretextos de provocar fricciones.
Viajes con motivos de trabajo con Carlos y su alumno, donde Katia sabia que transportaban drogas en vehículo particular para el consumo de los primeros “yo viajaba muerta de miedo, me imaginaba en la cárcel todo el tiempo, él comenzó a golpearse a sí mismo con la explicación de que si no se golpeaba a sí mismo lo haría con ella”. A las agresiones le seguía el perdón, así como lo muestran los ya repasados ciclos de la violencia hasta ese momento desconocidos para Katia y hoy no solo comprende, sino que interioriza con claridad para ser indulgente con ella misma.

Eventualmente Katia participaba en actividades artísticas, donde vivía el reconocimiento del público, como parte de su proceso de codependencia, al bajar del escenario seguía esperando el reconocimiento de él “del investigador, del docente, del listo matemático”, no lo tenía, ello mermaba su ánimo, la autoconsciencia de sí se consumía en cada día de convivir y dormir con él. La abuela de Carlos solía decir “los problemas del día de un matrimonio se arreglan debajo de las sábanas”, las historias de silencios e impunidad se explican desde estas idiosincrasias tan repetidas como validadas en nuestra cultura.
En vanos intentos por resolver lo no conciliable, intentaron a acudir a terapia individual y de pareja. Alguna vez Katia quiso tener hijos, pensó que sería con él, hoy seguramente agradece que esto no haya ocurrido. Ninguno, menos él, parecían darse cuenta que ya habían superado todos los límites donde ya no hay retorno.
Párese al borde de un barranco que no contempló antes
Se aproximaba el inicio del final, quien lo decidió fue Katia y lo hizo con ella y una paulatina red de apoyo de mujeres que fueron respetuosamente acompañándola en un camino que ha sido de subida no solo contra su agresor, sino contra las instituciones y sus cuestionables disposiciones. Un camino de perseverancia más que de velocidad sin miedo, aún y cuando tiene presente que se enfrenta a un sistema y “al Doctor, Investigador y Docente del CIMAT de quien hasta entonces nadie dudaría un comportamiento ejemplar”…
(Continuará en siguiente entrega, segunda y última parte)
24 de julio de 2020, 10:41
Explora más contenido de este autor
Descubre más artículos y perspectivas únicas
