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La estadista y la bestia
El temor a perder su supremacía civilizatoria frente a China (esto es, económica, militar, científica, cultural…), junto con pretensiones ilusorias de autarquía, están llevando a EE.UU. al fascismo económico
Falta más de un mes para que asuma el cargo, y sin embargo, Trump ya ha puesto de cabeza a medio mundo. Si las expectativas de su segundo mandato no eran de por sí nada alentadoras, hay que decir que el comportamiento del futuro presidente de los Estados Unidos es más inestable y agresivo que nunca. ¿Se trata de un blofeo, como diversos analistas advierten? Puede ser. El problema es que cuando vas a gobernar la mayor superpotencia del mundo —y de la historia—, cada discurso, cada post, tiene efectos disruptivos de la mayor envergadura. Y es que el nuevo residente de la casa blanca está lejos de ser un estadista. Estamos hablando de un personaje impulsivo, arrogante, ignorante y, encima, prejuicioso. Será como poner a un gorila a jugar ajedrez.
Los recientes anuncios de Trump —en su red Truth Social— sobre la imposición de aranceles a México e incluso a Canadá del 25% encendieron las alarmas en ambos lados de la frontera. No obstante, las actitudes de Claudia Sheinbaum y Justin Trudeau no pudieron ser más disímiles. Mientras el primer ministro de Canadá entró en pánico y salió corriendo a reunirse con Trump en su residencia de Mar-a-Lago, la presidenta de México abordó el tema en su conferencia matutina, donde leyó detenidamente la carta que enviaría al presidente estadounidense.
El solo hecho de su visita exprés nos indica que Trudeau estaba dispuesto a cederlo todo y suplicar clemencia con tal de apaciguar a Trump, con lo que perdió ipso facto cualquier poder de negociación, comportándose en los hechos como poco menos que un vasallo. Algo indigno de cualquier mandatario, pero sobre todo de un país que es miembro del G-20. Hay que decirlo con todas sus letras: Trudeau fue a bajarse los pantalones. En cambio, Claudia Sheinbaum dio una cátedra de diplomacia al comunicar su postura de manera asertiva, argumentada y mostrando en todo momento templanza; una virtud más bien escasa entre los gobernantes de hoy. Explicó cuáles serían las consecuencias de la imposición de aranceles para la economía estadounidense y cómo terminarían siendo contraproducentes para su propia industria. También dejó en claro cuál sería la respuesta de México consistente en replicar todos y cada uno de los impuestos arancelarios de forma escalada. No hizo falta alzar la voz ni hacer aspavientos.
Ciertamente, Estados Unidos se estaría dando un tiro en el pie, por decir lo menos, toda vez que muchas de sus principales empresas se han deslocalizado hacia México para producir más barato y hacerse más competitivas (nearshoring). Poner impuestos a las exportaciones mexicanas –y luego a las estadounidenses– no puede sino dañar a toda la cadena productiva norteamericana, provocando inflación, golpeando al mercado interno y restando competitividad a las exportaciones, perjudicando así el crecimiento económico de toda la región. Es verdad que, en teoría, el proteccionismo puede generar condiciones para la supervivencia y posterior florecimiento de empresas nacionales (sobre todo Mipymes) que se encuentran asfixiadas por las importaciones extranjeras, lo que propiciaría la reindustrialización del país —algo que le interesa sobremanera a Trump—, pero dichas medidas no pueden aplicarse a rajatabla y menos aún de manera generalizada para todas los productos. La sustitución de importaciones debe ser selectiva y con conocimiento de causa, no responder a caprichos ni elucubraciones.
El trumpismo tiene una visión completamente distorsionada de la realidad; pretende resolver problemas estructurales de países extranjeros, a saber, migración y narcotráfico, mediante una guerra comercial contra los mismos, llevándolos a una situación de perder-perder. Dicha estrategia es, en los hechos, la versión económica de la doctrina nuclear conocida como “mutua destrucción asegurada”. Si a esto le sumamos las últimas declaraciones de Trump en las que amenaza de igual manera a la Unión Europea y al bloque entero de los BRICS (además de China), entonces nos enfrentamos a un escenario distópico: Trump le está declarando una guerra económica al mundo (!).
El temor a perder su supremacía civilizatoria frente a China (esto es, económica, militar, científica, cultural…), junto con pretensiones ilusorias de autarquía, están llevando a EE.UU. al fascismo económico. En este sentido, Trump manifiesta el verdadero rostro imperialista de los Estados Unidos. Frente a esta amenaza latente, Claudia Sheinbaum está representando la dignidad de un sur global que no se arrodilla, que ya no acepta un papel de subordinación y se resiste a ser nada más que una veleta en los asuntos internacionales. México está dando una lección al mundo de valentía soberana para enfrentar a un líder autoritario, soberbio y chovinista, demostrando que, a diferencia de la bestia naranja, ella sí es una verdadera estadista. ¡Tenemos presidenta!