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Marina Berri: Leer Rusia como quien abre una ventana
Hablar de Rusia desde Latinoamérica es asumir la distancia y la sorpresa. Berri no pretende clausurar ninguna puerta...
La fascinación empezó con una escena doméstica. Su hijo aprendía a leer con aquellas tablas donde conviven la letra mayúscula, la minúscula y una imagen capaz de fijar el aprendizaje. El mecanismo fue simple y fulminante. Marina Berri, doctora en Lingüística y narradora argentina, se reconoció en ese asombro que alguna vez sintió al estudiar el alfabeto ruso. De esa memoria nació Alfabeto ruso, un libro que recoge hallazgos, obsesiones y recorridos íntimos a través de una cultura que todavía divide miradas, interpretaciones y relatos.
“Alfabeto ruso nació de ver aprender a leer a mi hijo”, explica. Las letras volvieron cargadas de música. La A como puerta. La Ш como elefanta. La cultura como un zoológico de símbolos.
Berri entró a Rusia por los libros, antes de pisar su territorio. “No soy la única que vivió en Rusia a través de las novelas”, afirma. La experiencia tiene nombres ineludibles: Tolstói, Dostoievski, Pushkin. “Uno vive mil páginas de Guerra y paz de una manera que sólo puede entenderse entrando a esa Rusia que te propone la literatura”.
Esa entrada no fue turística. Antes que la Plaza Roja o el Hermitage, Berri habitó la Rusia rural, la Rusia de personajes que no le deben nada al mármol ni a las cúpulas. Leer fue la primera manera de emigrar. “Después sí aparecieron las ciudades. Lo que tardó más fue la Rusia oscura, la de la represión, la soviética. Esa Rusia no se habla. En Rusia no se puede. Los museos cierran cuando intentan contar ese pasado”.
El aprendizaje del idioma fue una segunda iniciación. “La gramática es difícil. La fonética es difícil. No se parece en nada al español”, admite. Todo se vuelve descubrimiento: una palabra conduce a un autor desconocido, un autor conduce a una foto, una foto lleva a una pregunta. El libro se construye desde esa energía. No es un repertorio académico sobre jardines imperiales o guerras napoleónicas. Es un viaje por palabras vivas en las calles, en la prensa, en el dibujo animado que mira un niño. “Escribir fue contar búsquedas. Los ensayos se armaban solos. No tenía un plan. A medida que iba leyendo y conectando, el ensayo encontraba su remate”, dice.
Esa estructura permite leer Alfabeto ruso como un paseo verbal. Cada letra abre una ventana. Cada ventana decora un paisaje emocional. El libro trata sobre belleza y resistencia, pero también sobre contradicción. “El pueblo ruso es un pueblo de contrastes. Muy duro y a la vez muy tierno”, afirma Berri. Hay una escena que resume ese choque: un desconocido se endurece ante la pregunta de una turista, como quien protege su casa, aunque dos minutos después decida acompañarla para llegar a una estación de metro. Cortesía y sospecha conviven en un mismo gesto. “Son expertos en resistencia. Son los últimos que van a vivir”.
En medio de la conversación, Berri mira su biblioteca como quien recorre un mapa. Autores contemporáneos, nombres que no suelen aparecer en las traducciones habituales. Un deseo insiste: traducir lo que todavía no está disponible. “Me quedaron muchos autores afuera. Yuri Kazakov, por ejemplo. Me gustaría incluirlo en un próximo libro”. El futuro ya tiene forma. Será un Atajo, dice, un camino lateral para seguir rastreando historias mínimas.
Hablar de Rusia desde Latinoamérica es asumir la distancia y la sorpresa. Berri no pretende clausurar ninguna puerta, sólo abrir una lo suficientemente amplia para que el lector se asome. “Este ensayo tiene formato de paseo. Quizás no todos tienen el tiempo o la energía para estudiar ruso, pero mi idea es que puedan llegar a otras cosas menos conocidas”.
La última pregunta queda flotando en el aire: ¿podemos conocer Rusia a través de ella? La respuesta no se parece a una teoría. Berri contesta con la precisión de alguien que lleva años conviviendo con dos alfabetos. “Soy una manera. Hay otras, pero sí, creo que Alfabeto ruso permite estudiar, permite llegar. Es una forma de pasear por un país sin pedir permiso y sin visa”.
La literatura, al fin, convierte a las palabras en pasaporte y esa es la primera hospitalidad del alfabeto.
2 de diciembre de 2025, 22:44
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