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Reconocimiento indígena: entre el miedo y el orgullo
Discriminación cotidiana en una de las regiones con mayor presencia de población indígena en México de cara al discurso de diversidad cultural ¿por qué?
En la charla “Nomás pregunte por Carmen, todos me conocen”, documentada para la sección El árbol (historias de vida) de nuestro blog Atoctlicultural, doña Carmen, médica tradicional de la comunidad otomí Guadalupe, en Tierra Blanca, Guanajuato, nos compartió que su padre era maestro y cuando el ‘progreso’ llegó le prohibieron continuar sus clases: A mi papá lo colgaron de un mezquite para que prometiera que ya no iba a enseñar a hablar el otomí. Eso ocurrió durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, hoy, en pleno 2022, actualmente no son necesarias medidas de ese tipo pues hasta nuestros días llega la herencia de una política invisibilizadora que provoca miedos, dudas, incertidumbres e incluso vergüenza entre las personas pertenecientes a una comunidad indígena o no hablantes de español.
Fijemos la mirada en dos planos, a propósito de ese testimonio y otras realidades.
El primero sitúa dos conmemoraciones fundamentales recientes: el 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas y 13 de septiembre, Día Internacional de la Mujer Indígena, instaurados por la UNESCO. Estas actividades marcan la pauta para congresos, coloquios, charlas, análisis, actividades culturales y académicas, financiamiento de proyectos e iniciativas ciudadanas que buscan incentivar diálogos y acciones visibililatorias con la expectativa centrada en acercarse a nuevos públicos, diversificar canales de comunicación y el alcance hacia los implicados: la población indígena y sus lugares de origen.
El segundo sucedió en el mes de junio y fue noticia internacional. En la comunidad de El Salitre, Querétaro, un niño otomí sufrió quemaduras graves provocadas por dos compañeros en la secundaria donde estudia, el motivo: ser indígena, es decir, venir de una comunidad rural y no hablar “correctamente” la lengua dominante en México. El ataque fue la culminación de un acoso sistemático que la víctima reportó a las autoridades escolares, las cuales ignoraron las alertas. El caso está en los juzgados, pero además del proceso legal y la lucha que los padres sortean por clamar justicia y un trato digno como todo ciudadano, indígena o no, surgieron debates en torno a las partes involucradas: los alumnos victimarios, los padres y madres de éstos, la maestra del grupo, las autoridades de la institución, los directores del sistema educativo regional y el discurso político de diversidad cultural que al parecer no trastoca realidades.
El antropólogo Ogbu (1993), especialista en analizar el desarrollo educativo de poblaciones minoritarias en contextos hegemónicos, afirma que para entender sus desventajas los casos se deben estudiar desde un enfoque que él llama Ecológico cultural, este propone que todo acontecimiento dentro del aula es construido por fuerzas que se originan desde los contextos externos: familia, comunidad, actividad económica, relaciones afectivas y otros. Partiendo de esto, en el caso citado es evidente que el elemento en contra para esta familia fue la carente sensibilización de la comunidad / autoridad educativa local de cara a la diversidad como parte cotidiana del lugar. No es dolo, es torpeza ante la ignorancia, por un lado en los hogares a los cuales no llega la información necesaria y sí el imaginario Colonial: “el indio patarrajada, pobre e ignorante”, y, finalmente, en las autoridades educativas que no escapan al dejo de prejuicio social / racial y, por lo tanto, no poseen herramientas que propicien las condiciones para que su población estudiantil comprenda una sociedad multicultural.
Alarmante es que la situación mencionada se vive en una comunidad de uno de los estados del país con mayor densidad de población indígena, que con bombo y platillo propaga políticas de inclusión social, desde parafernalias como Lele, la muñeca otomí gigante que dio la vuelta al mundo en una suerte de festejo del orgullo queretano pues la artesanía, originaria de Santiago Mexquititlan, Amealco, fue declarada Patrimonio cultural intangible en el 2018, hasta la rutina dispersa en el Centro histórico de la capital queretana, repleto de artesanos transitando las calles ofreciendo sus productos. Volvemos al punto de partida: el discurso es discurso, emana de la mejor de las intenciones, pero su eco se fractura ante una retahíla de factores, instituciones y funcionarios por los que debe caminar.
Nos encaminamos al cierre de año y es pertinente preguntarnos por nuestras acciones y más ante el eco del pasado 15 de septiembre, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador, durante la Ceremonia oficial del Grito de Independencia agregó: ¡Muera la corrupción!, ¡Muera el clasismo!, ¡Muera el racismo!, para continuar con los: ¡Vivan los pueblos Indígenas!, ¡Viva la grandeza cultural de México!”. Es exigencia social, es Estado de derecho, es sentido común, entonces ¿qué falta?, ¿por dónde continuar? La realidad es que, mientras la academia acumula estudios al respecto y las políticas internacionales se comprometen a hacer efectivo el derecho a la diferencia, en una región como Querétaro los hijos de los artesanos que elaboran la famosa muñeca que dio la vuelta al mundo son víctimas de la ignorancia oculta detrás de la postal turística del “orgullo por nuestros hermanos indígenas”.
Ogbu, J. (1993). Etnografía escolar. Una aproximación a nivel múltiple. En H. Velasco, J. García y A. Díaz, (Eds.) Lecturas de antropología para educadores. El ámbito de la antropología de la educación y de la etnografía escolar. (pp.145-174) Madrid: Trotia.
Este texto se publicó originalmente en el sitio Atoctlicultural, en este enlace.
26 de noviembre de 2022, 20:31
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