
Autores:

Un decálogo frente a la apología del narco y la violencia
La presidenta Claudia Sheinbaum ha dejado claro que no se trata de prohibir géneros musicales o series sobre los narcotraficantes, sino de construir una conciencia colectiva que cuestione las letras y narrativas
Los hechos recientes en el Auditorio Telmex de la Universidad de Guadalajara (UdeG) y la Feria del Caballo en Texcoco, han reavivado un debate urgente: ¿qué hacer ante los contenidos culturales que hacen apología del narcotráfico, la violencia y la misoginia?
La presidenta Claudia Sheinbaum ha dejado claro que no se trata de prohibir géneros musicales o series sobre los narcotraficantes, sino de construir una conciencia colectiva que cuestione las letras y narrativas que normalizan el crimen o la violencia hacia las mujeres. Y tiene razón: no se resuelve desde la censura, pero tampoco desde la indiferencia.
Hay coincidencia que el problema no es solo lo que se canta o se filma, sino cómo se promueve, se financia, se viraliza y se consume.
Frente a ello, algunos gobiernos municipales y estatales, de por lo menos seis estados de la República, han decidido cancelar o prohibir conciertos de agrupaciones acusadas de hacer apología del narcotráfico.
Sin embargo, en el amplio mundo de Internet, sobre todo en redes sociales, se celebran a personajes de la delincuencia organizada como íconos aspiracionales; los narcocorridos y corridos tumbados, que exaltan la violencia y la misoginia, logran ubicarse como las de mayor número de reproducciones en Spotify, y en TikTok, por citar un solo ejemplo, un niño como de ocho años afirma que su candidato ideal a la presidencia sería el compositor y cantante Peso Pluma, porque los demás “son unos pendejos”.
¿Realmente podemos quedarnos de brazos cruzados?
Las expresiones culturales del narcotráfico no desaparecen solo con leyes o acciones administrativas. Persisten y se transforman porque cubren necesidades sociales, generan cohesión simbólica, ofrecen estéticas deseadas y construyen lenguajes compartidos. Es decir, prosperan en contextos donde la legalidad es frágil y la identidad colectiva se construye a veces al margen de las instituciones, como afirma el sociólogo francés Daniel Pécault, citado por Luis Sánchez Barbosa.
Por eso, el reto va más allá de prohibir o permitir: se trata de imaginar un nuevo contrato cultural basado en la responsabilidad, el sentido crítico y la justicia social.
Aquí una propuesta básica de decálogo para una discusión más profunda y multisectorial:
1. No a la censura, sí a la conciencia crítica
El derecho a la libertad de expresión no puede ser pretexto para glorificar delitos. Tampoco debe servir para desentendernos. Educar a las audiencias para ejercer su derecho a disentir, cuestionar y analizar es una forma superior de libertad y también un derecho.
2. Urge una política pública integral
Una estrategia de Estado que involucre educación, cultura, regulación, tecnología, comunicación y derechos digitales. Ni un decreto aislado ni un festival ocasional bastan: se requiere visión, continuidad y compromiso intersectorial.
3. Plataformas y algoritmos también tienen responsabilidad
TikTok, Spotify, YouTube, Netflix y otras plataformas deben rendir cuentas sobre sus sistemas de promoción y regularse o autorregularse de una manera más efectiva. La popularidad de un contenido no es neutral: está mediada por decisiones algorítmicas, publicitarias y de negocio.
4. La alfabetización mediática debe comenzar desde la niñez
Niñas y niños deben desarrollar habilidades críticas desde que tienen contacto con pantallas. Las herramientas de alfabetización mediática e informacional (AMI) no son opcionales, sino urgentes, muy urgentes, en la era digital.
5. Las y los docentes necesitan apoyo formativo
La formación de profesores en análisis crítico de contenidos, cultura digital y derechos de las audiencias debe ser parte de la política educativa. No pueden enfrentar solos esta tarea compleja.
6. Los medios deben ser actores activos, no espectadores
Medios públicos como los del Sistema Mexiquense y Radio Educación, y universitarios como los de la UdeG, han establecido criterios de autorregulación que excluyen contenidos que glorifican el delito. Incluso hay grupos comerciales de radio que han tomado decisiones similares. No es censura, es compromiso editorial, con sus audiencias y principios, así como respeto a los derechos humanos.
7. No basta con festivales de música alternativa
Iniciativas como “México Canta” son necesarias y muy valiosas, pero efectivamente deben formar parte de una política cultural más robusta, con espacios permanentes, redes de difusión y una apuesta por la diversidad de expresiones musicales. También esto debe extenderse a las plataformas digitales con obligaciones para comprar y ofrecer producciones nacionales de calidad que reflejen la diversidad cultural de México, no sólo lo que ha ocurrido en el ámbito del narco.
8. La violencia es estructural, pero no puede celebrarse
Comprender las raíces sociales de la narcocultura no significa que se le debe romantizar. Por mínima ética pública, no podemos convertir el crimen en espectáculo ni el sufrimiento en entretenimiento.
9. La lucha contra la apología de la violencia también es feminista y antirracista
Las canciones y contenidos de este tipo suelen cosificar a las mujeres, naturalizar la violencia sexual o reforzar estereotipos de clase y color de piel. La crítica debe incluir una mirada, como ya se dijo, interseccional.
10. La transformación se construye colectivamente
No es tarea de un solo gobierno ni de una industria. Universidades, medios, ciudadanía, plataformas digitales, artistas, “influencers” y audiencias deben formar parte de un proceso que cuestione los sentidos comunes y proponga otros imaginarios.
El éxito o fracaso de las expresiones culturales ligadas al narcotráfico no depende solo de su prohibición o difusión, sino del tipo de sociedad que estamos construyendo. Nuestro país busca consolidar su Estado de derecho, pero éste debe ser ejemplar; de lo contrario, los contenidos sobre los que ahora estamos debatiendo continuarán ocupando lugares centrales en la cultura popular.
Por eso, los casos citados y muchos otros relacionados, son mucho más que un escándalo coyuntural; son el espejo de una disputa cultural no resuelta. Que un niño afirme que quiere como presidente a un cantante de narcocorridos porque “los demás son unos pendejos” no es solo un efecto viral: es una advertencia de lo que colectivamente estamos construyendo en nuestra sociedad.
No se trata de apagar la música o dejar de ver series. Se trata, sí, de afinar nuestra conciencia colectiva.
NAVEGANDO POR EL ÉTER
Y ya que hablamos del tema, Radio UdeG produce un podcast denominado “Tus derechos universitarios”, cuyo contenido está a cargo de Segunda Visitadora de la Defensoría de los Derechos Universitarios, Violeta Sandoval, y el titular de la Defensoría de los Derechos de las Audiencias de la misma Radio UdeG y de Canal 44 de esa Universidad. Esta semana analizan el papel que juegan los narcocorridos y los corridos tumbados en la cultura popular y en la construcción de imaginarios sobre el éxito, el poder y la violencia, así como lo que al respecto las Universidades y otras entidades realizan y podrían hacer para fortalecer una cultura de paz y de respeto a los derechos humanos. Participa como invitado el doctor Jorge Alberto Hidalgo, coordinador Académico de Posgrados y director del Human and Nonhuman Communication Lab de la Facultad de Comunicación de la Universidad Anáhuac. No es por nada, pero el podcast, bajo el título “Corridos tumbados: ¿libertad de expresión o promoción de la violencia?” es de gran utilidad porque nos invita a reflexionar y a actuar sobre las diferentes aristas de este complejo hecho.
16 de mayo de 2025, 00:00
Explora más contenido de este autor
Descubre más artículos y perspectivas únicas

